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jueves, 10 de julio de 2014

Cómo le decimos a nuestro hijo qué nos separamos...


Si hemos tomado la decisión de  separarnos -desde la tranquilidad- creyendo que es lo más conveniente para todos, es importante como padres, poder transmitirles de la forma más adecuada lo que está ocurriendo a nuestros hijos. Porque aunque pensemos que no se enteran de nada… Amelia me lo planteaba así: “son demasiados críos, nosotros evitamos discutir delante de ellos, no saben lo que ocurre”, como si esto fuera lo que los niños” ven”. Son esponjas emocionales  (por muy pequeños que sean) perciben el ambiente, nuestra cara, las actitudes disimuladas y los silencios preñados de dolor.
Juan con doce años me cuenta “Yo de siempre sabía cuando mi madre había discutido con mi padre, por mucho que ella intentará disimular, su mirada estaba perdida en el vacío. Igual  que cuando él había bebido y venía contento, lo mejor era irme a la cama y evitar broncas”. Ellos tienen todavía la receptividad emocional a flor de piel, algo que los adultos hemos ido perdiendo, conforme nos hemos ido metiendo en nuestra espiral de ruido, prisas y estrés.
La visión de ellos es muy egocéntrica, el mundo gira a su alrededor, es lo único conocido, sus padres, su casa, su vida tal como la tienen montada. Los adultos podemos rehacer nuestro proyecto vital, pero ellos sienten como todo se desmorona. Por eso es muy importante poder hablarles, al ser posible, los dos padres juntos, de lo que está ocurriendo. Permitirles que puedan digerir la situación durante un tiempo, antes de marchar a otro lugar. Y sobre todo dejarles claro, que se deja de ser pareja, pero no  padres,  ¡¡esto nunca cambiara!!  Va a ser de otra forma, pero ellos siempre serán lo más importante. Contarles los planes y como se ha planificado la separación, con quién van a vivir, el otro progenitor donde se ira, la organización en la medida de las posibilidades. Dar una información lo más rica en detalles, dentro de lo que pueda entender dependiendo de su edad, para que vaya adaptándose poco a poco, a su nueva forma de vivir. 
Otro punto fundamental,  es señalarles que ellos no tienen la culpa de nada, sobre todo si son pequeñitos, pueden creer que son responsables de alguna forma de la ruptura. Maite, de cuatro años, me decía mientras lloraba “mi papá se va, porque dice que está harto, yo me porto mal a veces, el otro día rompí el DVD y él dice que no puede más”. Es necesario estar atentos en este sentido y  aclarar que es una cuestión de los papas. Tranquilizarlos, ante el fantasma de haber si a mí también me va a abandonar, para ellos es un tránsito de arenas movedizas, no pueden ver más allá y están angustiados. 
Y por último, ser plenamente consciente que nuestros hijos, necesitan a ambos progenitores, es fundamental para su buen desarrollo psíquico, tener la seguridad de que ambos están presentes, desde su lugar. En los casos más habituales, en que el papá es el que se marcha del domicilio familiar, es esencial puedan vivir lo más cercanamente a su figura paterna, porque si no se verán privados de un modelo de masculinidad cotidiano, que puede repercutir negativamente al hijo, respecto a su identidad sexual o al modelo que necesita tener presente, para poder identificarse. Y en las hijas se puede producir anomalías en la relación con el sexo opuesto, condenando al fracaso futuras vinculaciones marcadas por el sello de la ausencia paterna. 
Se acaba nuestra pareja, ya no es posible convivir. Pero toda nuestra vida, seremos padres de nuestros hijos, esto es ineludible, nos guste, nos moleste o nos duela. Y es tan fácil, deslizarnos al lugar en que el otro es mi “enemigo”, sin darnos cuenta que convertimos a nuestros hijos, en una pelota de tenis y nosotros dándole raquetazos de un campo a otro. Sin comprehender que los estamos enloqueciendo, no porque estemos separados, no nos equivoquemos.  Sino porque no hemos sido capaces de ofrecerles un lugar seguro y estable. No permitamos que  la guerra continúe… una guerra, en que ellos siguen son las víctimas.

sábado, 23 de marzo de 2013

La decisión de separarnos..cuando tenemos hijos


Algunas parejas con hijos, conscientes de que una separación les va a repercutir enormemente, van postergando esta decisión. Sienten como el amor que una vez les unió, se ha escapado a hurtadillas por la ventana, el respeto también huyo con él, pero bueno… se  quedo la incomodidad, los reproches, la decepción y la tristeza.

Hay progenitores que se quedan paralizados en ese ambiente más conocido, no por ello más óptimo, justificando que lo hacen por sus hijos. Pero siento decirlo, flaco favor les hacemos, esto será una factura pendiente que tendrán que estar pagando “no me separe por vosotros, pero he sido tan infeliz”.  Qué precio más caro “se sacrifico por mi”, creando un sentimiento de culpa, conflicto de lealtades y de deuda, tremendos.

Podremos pensar todo esto, con la mejor intención, seguro…pero  no nos engañemos,  no es cierto.  Hace falta tener  valentía,  para mirarnos con la suficiente sinceridad y buscar dentro de nosotros. ¿Qué nos hizo quedarnos? A pesar, que a nuestros hijos, no les podemos ofrecer un ambiente en armonía, unos padres tranquilos, ni un modelo de pareja que se respeta y ama maduramente, con sus más y sus menos, pero con amor.

La estructura familiar va a cambiar, por supuesto.  Algunas mamas dicen entre lagrimas “yo quiero que mi hijo viva con su padre”, es cierto los hijos necesitan a ambos padres. Aunque no a costa de todo, la “carga” de  silencios forzados, las malas caras, la indiferencia rondando por todos los rincones, discusiones sin fin o en el peor de los casos, agresiones, viviendo en un caos continuo.  En el que se sienten muy angustiados, porque intuyen el ambiente enrarecido, de un hogar que es todo menos seguro y confiable,  esperando que en cualquier momento, se desate la tormenta.

Nuestros hijos ven nuestras actitudes, aunque las disfracemos de conformidad, siendo éstas  el caldo de cultivo, con que  se irán identificando y construyendo su personalidad, su forma de ser y de sentir el mundo, incluidas las relaciones.

José cuenta “mis padres discutían y yo me escondía en el baño, no podía soportarlo, pensaba: “¡qué paren por favor, qué paren ya”. Lloraba fuerte, intentando poner un freno al descontrol, que sus padres creaban. Esto hizo que poco a poco, fuese adquiriendo una actitud pseudoadulta y perdiendo su mundo de niño, para estar continuamente conectado con el “termostato” emocional de la familia, andando de puntillas, por si acaso.

María sumergida en el marasmo familiar y con unos padres que no se podían sostener, aprendió a no creer en  lo  que ellos le prometían, sintiéndose en tierra de nadie y con una visión de franca desconfianza ante las relaciones con los demás.

Sin embargo, si podemos ser honestos con nosotros mismos y si nuestra relación de pareja  está terminada, tomar la decisión de separarnos no desde la culpa, sino desde la madurez, quizás sea lo más adecuado. Aunque nos de vértigo al pensar, como reiniciar nuestra vida. Si somos capaces de sostenerlos, calmarlos y acompañarlos en este proceso, nosotros creceremos y ellos también, sabiendo que sus padres no están juntos, pero si cada uno presente desde su lugar.