jueves, 5 de junio de 2014

La naturaleza y el hombre. Khalil Gibran



En el Día Mundial del Medio Ambiente, quiero compartir esta hermosa y profunda reflexión sobre el hombre y la Naturaleza. Como embargados por satisfacciones momentáneas, pisoteamos, robamos, arrancamos, destruimos la naturaleza, nuestra Madre Tierra. 
Sin darnos cuenta,  que los amos que adoramos y perseguimos, como el dinero y el poder, son caprichosos y fríos compañeros de viaje...

LA NATURALEZA Y EL HOMBRE

Al romper del día me senté en una vega, en animada conversación con la Naturaleza, mientras el Hombre dormía apaciblemente bajo los cobertores del sueño. Me tendí en la verde gama y me puse a reflexionar sobre estas preguntas:
«¿Es la Belleza la Verdad? ¿Es la Verdad la Belleza?»
Y en mis pensamientos me sentí transportado lejos de la humanidad, y mi imaginación levantó el velo de la materia que ocultaba mi yo interior. El alma se me abrió y me acerqué más a la naturaleza y calé más hondo en sus secretos, mientras mis oídos se despejaban para entender el lenguaje de sus maravillas.
Reclinado estaba en las honduras del pensamiento, cuando sentí pasar la brisa entre las ramas de los árboles y oí un suspiro, como el que podía exhalar algún huérfano extraviado.
—¿Por qué suspiras, suave brisa? —pregunté.
Y la brisa me contestó:
—Porque llego de la ciudad abrasada por el calor del Sol, y los gérmenes y contaminaciones de las pestes se han pegado a mis puras vestiduras. ¿Serás capaz de reprocharme que me lamente?
Después posé la mirada en los semblantes llorosos de las flores y escuché su tenue congoja. Y les pregunté:
—¿Por qué lloráis, mis encantadoras flores?
Una de ellas levantó su hermosa cabeza y musitó:
—Lloramos porque va a venir el Hombre y nos va a tronchar y después nos pondrá a la venta en los mercados de la ciudad.
Y otra flor añadió:
—Al oscurecer, por la tarde, cuando estemos marchitas, nos arrojará al montón de la basura. Sollozamos porque la mano cruel del hombre nos arranca de nuestras comarcas nativas.
Y escuché lamentarse al arroyo, como viuda que gime por su hijo muerto y le pregunté:
—¿Por qué lloras, mi puro arroyuelo?
Y él me contestó:
—Porque no tengo más remedio que llegar a la ciudad, donde el Hombre me desprecia y me abandona para ingerir bebidas más fuertes y me convierte en devorador de sus suciedades, mancilla mi pureza y trueca mi divinidad en inmundicia.
Y a mis oídos llegó el doliente gorjeo de los pájaros, a quienes pregunté:
—¿Por qué sollozáis mis dulces pajarillos?
Y uno de ellos se me acercó volando, se posó en el extremo de una rama y canturreó:
—Los hijos de Adán no tardarán en llegar a este lugar secreto con sus armas mortíferas y nos declararán la guerra, como si fuésemos sus enemigos mortales. Ahora nos estamos despidiendo unos de otros, porque no sabemos quiénes van a escapar a la furia del hombre. La Muerte nos sigue dondequiera que vayamos.
El Sol emergió entonces tras los picachos de las montañas y doró de guirnaldas las puntas de los árboles.
Contemplé extasiado esta hermosura y me pregunté:
—¿Por qué ha de destruir el Hombre lo que ha construido la Naturaleza?