domingo, 4 de noviembre de 2012

El proceso de duelo


Todos a lo largo de la vida, hemos perdido seres queridos, nos ha invadido la desilusión cuando se han roto nuestro ideales,  hemos sufrido ante la decepción de relaciones fallidas,  nos ha desesperado la situación de vernos privados del derecho a tener un puesto de trabajo o nos hemos visto en la disyuntiva de tener que dejar nuestra tierra, nuestro hogar y marcharnos a un destino, cuanto menos incierto. En definitiva, hemos tenido que pasar situaciones dolorosas, que nos han hecho tambalearnos psíquicamente, debido a la dificultad para digerirlas, hacernos a la idea, adaptarnos y superarlas. 

Cada vez que  vivimos este proceso, nos enfrentamos a los sucesivos duelos, que indefectiblemente tenemos que atravesar en nuestro caminar por la vida.

¿Pero qué es un duelo? Es la reacción psicológica, emocional, física y social de aflicción y dolor cuando la relación afectiva con algo o alguien importante se rompe, sin posibilidad de continuidad. Hay autores que lo plantean enumerando diferentes etapas, yo prefiero describirlo como un “oleaje turbulento de emociones” que van y vienen, sin que la racionalidad tenga nada que hacer.  Teniendo a veces la sensación de “perder la cabeza”, otras sintiéndonos atrapadas por una enorme tristeza o azotados por una gran rabia de “porque me sucede esto a mí” enfadándonos enormemente con el mundo. También,  nos podemos descubrir negando lo que ocurre, como si de pronto nos fuéramos a despertar de un mal sueño o dejándonos llevar por una gran culpa castigándonos de “por qué no hicimos esto o lo otro”.

¿Cómo podemos elaborarlo y adaptarnos a la nueva situación? El proceso de duelo se asemeja al pasaje por un túnel, la manera de llegar al final,  es transitarlo,  no hay otra salida. Este camino es duro, doloroso y confuso, pero no hay otra posibilidad  para salir fortalecidos de esta experiencia y curar las heridas.

No sirve negarlo, desear huir o boicotearnos porque no es lo adecuado y tendríamos que estar bien ¡ya! La única manera de superar la ausencia y la añoranza de lo que fue, (pero ya no volverá a ser) es permitirnos vivir lo que nos está ocurriendo, sin prisas, comprendiéndonos a nosotros mismos y cuidándonos, en este periodo de convalecencia. Si no es así, podemos acabar en un duelo patológico, bien porque a pesar del tiempo transcurrido, se ha cronificado la situación en un continuo “mirar” lo perdido, con una incapacidad absoluta para seguir con la vida. O, por sentirnos totalmente desbordados emocionalmente, llevando a cabo actividades evitativas del dolor, que ponen en peligro la integridad física voluntaria o involuntariamente. En tal caso, se recomienda buscar un terapeuta que nos acompañe en este devenir.

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