La amistad es la
relación reciproca, entre dos o más personas. Nos permite crecer juntos,
compartir y descubrirnos mutuamente. Se centra en la esencia del otro, en ese
cautivarnos por como es, no por sus puntos fuertes ni por conveniencia. No importa si es alguien que
hemos conocido hace poco y hemos conectado de manera especial o una amistad de
toda la vida.
El buen amigo no anula, sino que potencia.
Está presente, aunque esté lejos, porque lo sentimos a nuestro lado, tanto en
los buenos momentos, cuando la vida nos sonríe, como en los malos y nos invade
el dolor. Nos sentimos arropados por sus palabras, su mirada, su hacer silencioso,
porque no necesita propagar a los cuatro vientos, lo bueno que es. Compartimos
risas, lágrimas, conocimientos, consejos, secretos y lo más importante, su compañía.
No es manipulador, envidioso, exigente ni agobiante, permite el espacio y
provoca el encuentro.
En definitiva la
amistad verdadera, no esa de apariencia, se asienta en unos pilares
fundamentales, siendo difícil derruirlos cuando son verdaderos:
- La sinceridad, expresando lo que
realmente pensamos, porque nos sentimos comprendidos, sin temores ni reservas.
- La empatía, comprendiendo lo que el otro
siente y poniéndonos en su lugar, escuchando sus palabras y sus silencios,
también.
- La autenticidad, sin trampas ni
mascaras.
- La incondicionalidad, tener la
seguridad, que si nos necesitamos, vamos a estar ahí.
- El amor, el cariño, esa sensación de
buscarnos porque nos sentimos a gusto, disfrutando del calor y cuidado mutuo.
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