Está solo quien no
tiene compañía y también quien la tiene, pero no se siente acompañad@. Hay
personas que eligen estar solas, bien sea por momentos (para estar con uno
mism@, leyendo, escuchando música o simplemente tumbad@ en el sofá) o
temporadas de la vida, en que uno por elección y convicción, vive sol@, porque
no está dispuest@ a pagar cualquier precio, por sentir que comparte una relación,
una casa o una cama. Continua con su vida, sin esperar ni desesperar por
encontrar a alguien, aunque si aparece,
tampoco lo niega.
Y afinando un poco más,
aunque no por ello, menos real, está la
soledad que uno siente, internamente, por muchas personas que haya alrededor.
Esta soledad, ausente en lo que nos “vendieron” desde pequeñitos, por la que
nos sentimos estafados y reclamamos mentalmente “perdone, a mi me dijeron que
si estaba con alguien, tenía pareja, amigos, salía… yo no iba a sentir esto…” Pues si… ¿Cuántas veces nos
hemos sentido solos en una reunión? ¿O hemos salido a la calle, transitada de
un montón de personas, pero a la vez “desierta”?
¿Miramos a nuestra pareja y la sentimos, como un extrañ@, a kilómetros de
distancia?
Pero aquí, no queda
todo sobre la vivencia de soledad, esta sensación que cala hasta los huesos y
provoca en determinadas personas, tomar medidas drásticas en un afán de zafarse
de ella. Buscando el calor “tóxico” de
sustancias, de relaciones, de un “sin parar” para no pensar, en definitiva un encadenamiento de elecciones
desafortunadas, sin fin. Sin poder darse cuenta, que uno por mucho que huya, la
soledad le va a (per)seguir, hasta que
pueda pararse, mirarla y aceptarla como parte de nuestra vida, con y sin compañía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario